La privacidad es poder
Esta mañana veía el programa "Globoeconomía" en CNN, conducido por José
Antonio Montenegro, que entrevistaba a Carissa Véliz, profesora en el
Instituto para la Ética de la Inteligencia Artificial de la Universidad de
Oxford, autora del libro "Privacy is Power" (La privacidad es poder).
La versión en ingles se publicó el año pasado, y la versión en español está
para salir en octubre del corriente año. Es una lectura recomendada a la
hora de saber como nos tratan las empresas de la "economía de datos".
Como es sabido nuestra huella digital, que surge de todo lo que hacemos en
línea, facilita que los algoritmos nos califiquen y clasifiquen, y de ello
depende como nos tratan, eliminando nuestro derecho de igualdad.
Comparto un vídeo de la Charla 'Privacidad es poder', a cargo de la
profesora Carissa Véliz, dentro del ciclo 'Complejidades latinoamericanas en
pandemia'.
Visto en
Youtube
En el libro, la profesora Carissa Véliz, sostiene que el sistema actual
está basado en la vulneración de nuestros propios derechos (humanos) a la
intimidad y la privacidad, y que "un modelo de negocio que depende de la
violación de derechos no justifica su existencia".
La privacidad, como el medio ambiente, es un bien común por el que hay que
luchar, y para ello es necesario no sólo concienciar a la sociedad sino
también mejorar la regulación y establecer límites a la actuación de esas
grandes plataformas, mercaderes de datos, para evitar que se vuelvan en
contra nuestra.
"Todos tenemos vulnerabilidades", afirma en sus entrevistas que ha dado en
los últimos meses, y advierte que, tarde o temprano, estos datos que
proporcionamos con temeridad inconsciente se usan contra nosotros.
Esta advertencia de Carissa Véliz está basada en las ideas de
Bruce Schneier, cuyo blog asusta.
Schneier ya alertó en el año 2016 sobre el carácter tóxico de los datos en
una entrada que merece la pena que sea conocida (Data is a toxic asset).
Toda esta información invisible que compartimos sin espíritu crítico, y que
sirve para personalizar los anuncios que vemos, tiene otros usos: "Los datos
personales otorgan poder a quienes los recogen y analizan, y eso es lo que
los hace tan codiciados".-
Artículo relacionado:
No es demasiado tarde para recuperar la privacidad: un libro propone usar
la tecnología sin alimentar a “los buitres de datos”.
Publicado por
Infobae.
Privacy is Power, de Carissa Véliz, profesora de Oxford, analizó por qué
“nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía de
la vigilancia”. Pero, como los niños, los órganos y los votos, hay cosas que
no corresponde comprar y vender, argumentó.
Visto en Infobae |
“Comencemos al alba”, propuso un análisis detallado de esa invasión.
“¿Qué es lo primero que haces cuando te despiertas por la mañana?
Probablemente miras el teléfono. Voilà! Ese es el primer punto de datos que
pierdes en el día”, ironizó. “Al levantar el teléfono como primera actividad
de la mañana, informas a un amplio grupo de entrometidos —al fabricante de
tu smartphone, a todas esas apps que has instalado en tu teléfono y a tu
compañía de servicios móviles, al igual que a las agencias de inteligencia
si resulta que eres una persona ‘interesante’— a qué hora te levantas, dónde
has dormido y con quién (si suponemos que la persona con la que compartes tu
cama mantiene su teléfono cerca también)”.
Cada vez más personas usan un smart watch, y todas ellas habrán derramado
otras gotas de su privacidad aun antes de abrir los ojos, ya que el
dispositivo “registra cada uno de tus movimientos en la cama, incluida,
desde luego, cualquier actividad sexual”. Y muchas más, cuando se levantan y
se preparan para empezar el día, recurren a aplicaciones para hacer
ejercicio, controlar la higiene bucal o fijar objetivos de alimentación
durante el día: más información que se comparte con el diseñador y los
brokers de datos a los que se la venden.
El televisor inteligente, que identifica lo que se mira en la casa y lo
informa al fabricante y a terceros (“un grupo de investigadores hallaron
que un smart TV de Samsung se había conectado a más de 700 diferentes
direcciones en internet luego de 15 minutos de uso”); el medidor de
electricidad inteligente, que puede ser hackeado con facilidad por
ladrones de casas para saber cuándo no queda nadie en la vivienda (ya que
no hay mayor consumo); el asistente hogareño que graba todo lo que escucha
y puede enviarlo por error (“Echo probablemente se activó por una palabra
en tu conversación que sonó como ‘Alexa’ y luego pensó que decías ‘enviar
el mensaje’”); el correo electrónico, que contiene rastreadores en un 40%
(70% si son mensajes comerciales).
Antes de siquiera llegar a la puerta de su casa y asomarse al mundo, una
persona ha entregado una enorme cantidad de información que será usada en
su contra más temprano que tarde.
“Nuestras vidas, traducidas en datos, son la materia prima de la economía
de la vigilancia”, desarrolló Véliz, profesora de ética de la inteligencia
artificial en la Universidad de Oxford. “Nuestras esperanzas, nuestros
temores, lo que leemos, lo que escribimos, nuestras relaciones, nuestras
enfermedades, nuestros errores, nuestras compras, nuestras debilidades,
nuestros rostros, nuestras voces: todo sirve de alimento para los buitres
de los datos que lo recogen todo, lo analizan todo y lo venden al mejor
postor”.
¿Con qué propósito? ¿Para recomendar cuentas de Twitter o de Instagram que
te puede interesar seguir? ¿Una película o una serie que se ajusta al
perfil de lo que has visto en Netflix? ¿Una nueva receta?
Véliz observó un poco más allá: “Para traicionar nuestros secretos ante
las compañías de seguros, los empleadores y los gobiernos; para
vendernos cosas que no nos conviene comprar; para enfrentarnos unos con
otros en un esfuerzo por destruir la sociedad desde dentro; para
desinformarnos y secuestrar nuestras democracias. La sociedad de la
vigilancia ha transformado a los ciudadanos en usuarios y objetos de
datos”.
En octubre pasado, Amazon puso en oferta para su Prime Day el timbre
inteligente Ring, una empresa que le pertenece, y pronto agotó su
inventario. Privacy is Power describió esa tecnología: “Esos videos se
almacenan sin cifrar, lo cual los hace extremadamente vulnerables al
hackeo. Amazon ha solicitado una patente para usar su software de
reconocimiento facial en los timbres. En algunas ciudades, como
Washington DC, la policía quiere registrar, e incluso subsidiar, las
cámaras de seguridad privada. Cualquiera puede imaginar dónde terminarán
las grabaciones de los timbres inteligentes y para qué se usarán”.
La persona promedio pensará tal vez que a ella eso no la afectará, ya
que cree que no tiene nada que ocultar.
Sin embargo —recordó Véliz a BBC— “tienes mucho que ocultar y que temer,
a menos de que seas un exhibicionista con deseos masoquistas de sufrir
robo de identidad, discriminación, desempleo, humillación pública y
totalitarismo”, entre otros posibles riesgos. “Otra cosa es que no sepas
qué es lo que tienes que ocultar”.
Su libro citó un ejemplo trágico durante la Segunda Guerra Mundial.
En los países que ocupaban, los nazis analizaban los registros
públicos para encontrar a los judíos. En Holanda, que llevaba un
detalle ejemplar de las personas, con identificación de sus domicilios
y su religión, eliminaron al 75% de la población judía.
En Francia no existían archivos de ese tipo. La ocupación encargó a
René Carmille, Contralor General del Ejército Francés, que cruzara los
datos de identidad de las personas con los de religión. Carmille debía
usar las máquinas Hollerith, que empleaban técnicas de computación
modernas: las tarjetas perforadas de IBM. Pero el militar, que
integraba la resistencia francesa, reprogramó las máquinas para que se
saltaran la columna 11, donde se indicaba la religión. Así salvó
cientos de miles de vidas.
Sin embargo, en 2010 Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook —que
también posee Instagram y WhatsApp—, declaró que “la privacidad ya no
es una norma social”. Durante la entrega de los premios Crunchie, en
San Francisco, teorizó, aunque en el fondo sólo hablaba de su modelo
de negocio: “Las personas se sienten realmente cómodas no sólo
compartiendo más información y de diferente tipo, sino más
abiertamente y con más gente. Aquella norma social ha evolucionado con
el tiempo”.
Pocos individuos en el mundo encarnan tan visiblemente como Zuckerberg
lo que sostiene el título del libro de Véliz, quien escribió: “La
privacidad importa porque carecer de ella le da a otros poder sobre
ti”. Facebook ha violado el derecho a la privacidad tantas veces,
agregó “que un recuento exhaustivo ameritaría otro libro”.
Actualmente —analizó la académica formada en las Universidades de
Salamanca, Toronto, Nueva York y Oxford— Facebook no vende datos,
técnicamente: “Vende el poder de influirte”, precisó, en la segunda
persona que muchas veces usa el libro publicado en el Reino Unido, que
en abril saldrá también en Estados Unidos. “Venden el poder de
mostrarte publicidad y el poder de predecir tu conducta”.
Una de las claves de cómo es posible este asalto cotidiano a la
privacidad es que las personas no perciben la pérdida en el momento.
“No sientes una ausencia, no lo ves físicamente”. Sólo las malas
experiencias materializan la falta de resguardo de la propia
información.
Dio como ejemplo el de una española víctima de robo de identidad,
que lleva años teniendo que aclarar en los tribunales que no ha sido
ella la que cometió tal o cual robo; como ella, hubo 225.000 casos
en el Reino Unido en 2019.
Hay otras situaciones igualmente ilegales, pero tan silenciosas que,
simplemente, no hay manera de comprobarlas.
“¿Alguna vez te negaron un seguro, un crédito o un empleo?”,
preguntó Penguin en la presentación del libro. Una persona que sale
con el teléfono en el bolsillo deja un registro de la velocidad a la
que camina, y eso es un indicador de su estado físico que se puede
usar para cambiar la prima de un seguro de salud o negarle una
hipoteca o preferir al candidato más ágil. “Con el acceso total a
tus datos personales es muy fácil que te discriminen sin que nunca
te enteres”, escribió la filósofa hispano-mexicana.
Cuál es tu orientación sexual; cómo y dónde vives; quiénes son tus
amigos y tu familia; en qué trabajas; cuál opiniones políticas y
cuáles tus gustos musicales; qué problema de salud tienes; qué comes
y bebes; si tienes automóvil o propiedades; qué películas y series
miras; cuál es tu estado de ánimo; a qué horas te acuestas y te
levantas; qué buscas en internet; a qué le das like; qué temores y
esperanzas tienes: todos esos datos —y aun más, y los de tus
contactos— son los que las empresas de tecnología recolectan y
venden a gobiernos, otras compañías y “buitres de datos”, como los
llamó Véliz, que a su vez los revenden en una cadena en la que los
criminales aparecen mucho antes de lo que la gente imagina.
“La economía de datos, y la vigilancia generalizada de la cual se
nutre, nos tomó de sorpresa”, evaluó Privacy is Power. “Las
empresas tecnológicas no nos informaron a los usuarios sobre cómo
usaban nuestros datos, mucho menos nos pidieron permiso. No le
preguntaron a nuestros gobiernos, tampoco. No había leyes para
regular el rastro de información que los ciudadanos incautos
dejábamos a medida que hacíamos nuestras cosas en un mundo cada
vez más digital. En el momento en que comprendimos que esto estaba
sucediendo, la arquitectura de la vigilancia ya estaba en pie.
Buena parte de nuestra privacidad se había perdido”.
La pandemia del coronavirus no mejoró la situación, al contrario:
“La privacidad enfrenta nuevas amenazas ya que muchas actividades
que antes eran físicas se trasladaron a lo virtual, y nos han
solicitado que entreguemos nuestra información personal en nombre
del bien común”. Comportamientos que en el mundo físico se
considerarían coercitivos son moneda corriente en el mundo
digital. “Es un momento para pensar con mucho cuidado en qué clase
de mundo queremos vivir cuando la pandemia sea un recuerdo
lejano”.
Un mundo sin privacidad es peligroso, advirtió la autora. “La
economía de la vigilancia no solo es mala porque crea y fortalece
asimetrías de poder indeseable. También es peligrosa porque
comercia con una sustancia tóxica”. Dedicó todo el cuarto capítulo
a esa noción de toxicidad por la cual “los datos personales
constituyen un desastre en potencia”.
Almacenar datos es como guardar material inflamable. Citó al
experto en seguridad Bruce Schneier, quien creó el concepto de
“bienes tóxicos”: aquellos que tarde o temprano serán utilizados
en nuestra contra. “Incluso cuando la información ha sido recogida
con buenas intenciones —en las investigaciones médicas, por
ejemplo—, si los datos se guardan durante un tiempo suficiente, es
posible que terminen vendidos o robados y empleados con fines
viles”.
Por su vulnerabilidad, los datos ponen en peligro a los sujetos
que los han generado y también a quien los almacena: las
empresas que han sufrido violaciones a su seguridad, por
ejemplo. Pero si en la sociedad las sustancias altamente tóxicas
están reguladas y hasta prohibidas, ¿por qué no crear normas
para que determinados datos queden fuera del mercado?
“Al igual que estamos de acuerdo en que algunas cosas muy
importantes o sensibles no deben estar a la venta, como los
niños, los órganos y los votos”, argumentó Véliz, “cierto tipo
de información es tan personal que no se debería poder lucrar
con ella”. Actualmente, en cambio, los perfiles de usuarios que
crean los comerciantes de datos se organizan en categorías que
incluyen cosas como si alguien ha sido víctima de un delito o si
sufre una enfermedad.
La dimensión personal, de derecho, de la información propia, es
bastante obvia para la autora. “La privacidad consiste en poder
mantener para sí ciertas cosas íntimas: los pensamientos, las
experiencias, las conversaciones, los planes. Los seres humanos
necesitamos privacidad para poder relajarnos del peso que
implica estar con otras personas. Necesitamos privacidad para
explorar con libertad nuevas ideas, para tomar decisiones. La
privacidad nos protege de presiones indeseadas y abusos de
poder”.
Y está también el aspecto institucional: “La necesitamos para
ser individuos autónomos, y para que las democracias funcionen
bien necesitamos que los individuos sean autónomos”.
La sociedad democrática se basa en el trato igualitario de todos
los individuos. Eso se pierde en el momento en que las personas
dejan de ver el mismo contenido en línea y hasta pagan distinto
precio por el mismo producto: ”Si se nos trata según nuestros
datos (si somos mujeres u hombres, flacos o gordos, ricos o
pobres) no se nos trata como a ciudadanos iguales”.
Sin esa igualdad de base se cae el resto de la estructura: “La vigilancia
generalizada es incompatible con las sociedades libres, democráticas y
liberales en las cuales se respetan los derechos humanos”, sintetizó
Véliz.
Y actualmente el compromiso de la privacidad “es más peligroso que nunca”,
agregó. “Jamás hemos acumulado tantos datos personales sobre los
ciudadanos. Y hemos permitido que la vigilancia crezca en un momento en
que los estándares de ciberseguridad son bajos, las democracias están
débiles y los regímenes autoritarios con habilidad para hackear están en
alza”.
El poder basado en la privacidad de las personas —“el tipo de poder por
excelencia en la era digital”— es excesivo, lo ejerza el gobierno chino
con su sistema de crédito social (que controla el comportamiento de las
personas, muy parecido al capítulo “Nosedive” de Black Mirror) o Uber,
Cambridge Analytica (cuya interferencia se halló, entre otras elecciones,
en el referéndum del Brexit y en las elecciones estadounidenses de 2020
que ganó Donald Trump) o un plan social como una suerte de impuesto al
pobre.
Con todo, Véliz es optimista: “Es demasiado tarde para impedir que la
economía de datos se desarrolle, pero no es demasiado tarde para recuperar
nuestra privacidad”.
“No somos testigos de la muerte de la privacidad. Aunque la privacidad
está en apuros, hoy nos encontramos en mejor posición que lo que hemos
estado en la década pasada para defenderla. Este es solo el comienzo de la
lucha por salvaguardar los datos personales en la era digital. Hay
demasiado en juego para permitir que la privacidad se muera: nuestro
estilo de vida está en peligro. La vigilancia amenaza la libertad, la
igualdad, la democracia, la autonomía, la creatividad y la intimidad”,
resumió.
En sus conclusiones imaginó un futuro paradójicamente parecido al
pasado: “Puedes tener una conversación privada sin que se vuelva
pública. Puedes cometer errores sin que eso defina tu futuro. Puedes
buscar en línea lo que te preocupa, lo que te da curiosidad, sin que tus
intereses te persigan más adelante. Puedes pedir consejo a un abogado
sin sospechar que el gobierno te está escuchando y sin temer que podrías
estar auto incriminándote. Puedes tener la seguridad de que la
información sobre quién eres, qué te ha pasado, qué esperas y qué temes,
y qué has hecho no se usará en tu contra”.
Hace unos años, nadie pensó que el Reglamento General de Protección de
Datos (GDPR), hoy vigente en la Unión Europea, fuera posible, puso como
ejemplo. Para Privacy is Power la cuestión es política y de legislación.
Es una cuestión de libertades civiles.
“La privacidad es demasiado importante como para dejarla morir. Quién
eres y qué haces no le incumbe a nadie. No eres un producto para
convertir en datos y nutrir a los depredadores a cambio de un precio. No
estás a la venta. Eres un ciudadano, y la privacidad te es debida. Es tu
derecho”, razonó. “Aquellos que han violado nuestro derecho a la
privacidad han abusado de nuestra confianza, y es hora de quitarles su
fuente de poder: nuestros datos”. / Publicado por
Infobae.--
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